03.12.2009 | 02:23
AC/DC en la Argentina: envueltos en llamas
Más de 60 mil personas presenciaron la segunda visita de la banda australiana en el Estadio River Plate.
Si esto es el infierno, entonces el infierno no es un mal lugar para estar. Entonces, más bien, el infierno es el mejor sitio de todos. Un lugar al que decenas de miles de argentinos, pecadores que ya no creen en la salvación, pertenecen; el lugar en el que quieren estar, su lugar. Geográficamente, el lugar en estos días coincide con el Estadio River Plate; pero ese infierno es intangible, ese infierno es un estado mental: es resultado del efecto hipnótico de una de las mejores bandas que el mundo cedió al rock and roll. Es el efecto AC/DC. Para los que ya fueron poseídos en 1996, la segunda visita a nuestro país es la forma de renovar aquel contrato satánico; para los que no, es la oportunidad -quizás única- de sentir la experiencia herética en carne propia y, paradójicamente, sentir que este es el camino correcto, la posta, lo que se debe hacer. Sin exagerar (o quizá sí, un poco): plantar un árbol, tener un hijo, escribir algo y ver a AC/DC en vivo.
La experiencia trasciende las características del show. Necesita del show, del espectáculo, pero lo supera, lo eleva. Porque, más o menos, todos sabían lo que iba a ocurrir y en qué momento; pasaron más de 35 años y los movimientos de los miembros de la banda sobre el escenario son casi los mismos pero ahora más cargados de significado. El comienzo con la gigantesca locomotora respaldando "Rock ´N Roll Train" (y el reminder de que la excusa de su visita era el Black Ice Tour, DVD incluido), la musculosa y la boina eternas de Brian Johnson, la confirmación de que Angus Young es un oxímoron en sí mismo -más allá de su traje escolar, cómo puede ser tan pequeñito y a un tiempo tan poderoso-, los hitazos de Back in Black, la campana previa a "Hells Bells" (la dupla ganadora, junto a "Shoot to Thrill"), la enorme muñeca inflable para "Whole Lotta Rosie", los 60 mil presentes entonando "Oh, eisidisi es un sentimiento.", el increíble, abrasivo solo de Angus al final de "Let There Be Rock" elevándose sobre una plataforma, la inigualable y blusera "The Jack", con el clásico striptease del violero. La enumeración podría ser eterna. Todos los elementos que componen a este infierno merecen ser destacados, cualquier tipo de selección sería insuficiente; por eso, de nuevo: hay que vivirlo.
Pasaron casi treinta años de la muerte de Bon Scott, casi treinta de Back in Black, sin embargo los hermanos Young no envejecen. Malcolm, un poco más low profile, siendo testigo de ese extraño fenómeno que es Angus: el tipito que es capaz de volar las pelucas de un estadio entero riffeando con una sola mano ("The devil in his fingers and blues in his soul"), el tipito que empieza el show vestido de prolijo colegial y termina sudado, despeinado y medio en pelotas corriendo endemoniado a través de todo el escenario con sus registrados pasos de pato. Y Johnson, por supuesto, como la impecable voz de todo este montaje: "No hablamos español, pero sí hablamos rock and roll". Oh, sí, después de dos horas -el final, con "Highway to Hell" y "For Those About to Rock (We Salute You)"- quedó claro. Y esa, es precisamente la lengua que queremos hablar, aunque el precio sea arder eternamente.
rollingstones
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